jueves, 22 de marzo de 2012

Viernes noche.


Se encontraba inmersa entre los millones de programas tele basura que echaban en horario no infantil, zapeando con el mando, cambiando una y otra vez de canal sin encontrar nada interesante. Levantó la vista al frente, y su mirada se perdió entre los restos de la pizza de la cena, comprada hace Dios sabe cuánto en el supermercado del barrio, de esas que venden congeladas y en las cuales su envoltorio muestran una imagen ficticia, con champiñones, queso fundido, aceitunas, tomate, atún, baicon... y cuando llegas a tu casa la única y cruda realidad es que, hagas como lo hagas, nunca se te quedarán igual. Pero al menos son comestibles, dentro de lo que cabe.
Volvió a dirigir su mirada a esa pantalla, ahora salía un reportaje acerca de las desgracias de las personas que vivían en ciertos suburbios del país. De pronto sonó el teléfono. Se levantó lo más rápido que le permitieron sus adormecidas piernas, posiblemente por el hecho de haberse pasado varias horas en una posición inadecuada, y se precipitó sobre aquel aparato al que llamaban "iPhone 4". Curiosamente, ella lo había renombrado con un nombre ocurrente, Ryan, en homenaje a un personaje famoso de una serie antigua que ya no emiten. Al descolgar, oyó desde la parte contraria de la línea una voz que no le era conocida.

-Oye Luis tío, ¿¿¿dónde andas??? Te estás perdiendo todo lo bueno jajajajajaja.
-No soy Luis, te has equivocado de número- respondió contundente.
-¡Perdona guapa! -colgó.

¿Cómo sabe si soy guapa o no, si nunca me ha visto? -pensó ella. Dejó el teléfono en el mismo lugar de donde lo había cogido previamente y se giró dispuesta a volver a ese sofá cama en el que tan cómodamente se encontraba. Pasó delante del espejo que había en su salón, y se quedó parada un momento, observándose. De pronto, se hizo una pregunta a sí misma. Era un viernes por la noche, y ahí estaba, con la intención de pasárselo tragando panchitos y golosinas variadas mientras se destrozaba las neuronas consumiendo horas y horas de imágenes sin sentido en una representación tan absurda que ni siquiera le gustaba... ¿Qué había hecho con su vida?
Agobiada y cabreada, apagó la televisión. Mañana será otro día -se tranquilizó. Con ese último pensamiento, se tapó con su mantita de perritos y se durmió, con la esperanza de encontrar en sus sueños una vida mejor, o tal vez, solamente un viernes mejor.